En días pasados asistí a un evento en donde tuve la oportunidad de escuchar a algunos colegas hablando sobre el tratamiento para la anorexia y la bulimia. Entre varias ideas que se barajaron y de planteamientos que mostraban líneas teóricas y pragmáticas específicas, captó mi atención el siguiente hecho que en síntesis puedo resumir, lo mismo que he venido escuchando hace más de quince años se sigue repitiendo sin césar en este tipo de foros. La audiencia era abierta al público, lo que quizás podría atemperar el tipo de contenido que se decidió comunicar, sin embargo, las intervenciones que vinieron del lado de los oyentes, mostraron cómo la información relacionada a esta temática forma parte del dominio público, quizás del lado de lo descriptivo, pero como bien dice un dicho, claramente “nada nuevo apareció bajo el sol”.
En el momento en que un público interviene de manera ávida y pensada, pasa de ser oyente a un participante activo, involucrado entonces y que suele perturbar el parloteo de aquellos que escalan al lugar del que tiene la respuesta precisa y la fórmula probada. Me parece importante que en estos terrenos que transitamos, podamos dirigirnos con respeto y ética a un público interesado en los problemas que hay alrededor de la anorexia de la bulimia, hablo no sólo de las formas sino del contenido.
Desde el psicoanálisis, estamos alertados de la importancia de una transmisión que de cuenta, más allá de lo característico, señalas de alarma, o de preocupaciones por una epidemia que nos arrasa, de una concreción en los planteamientos sobre una clínica vigente y dinámica. En una apuesta a la escucha del sujeto y sobretodo de un trabajo de investigación abierto que aporte a ubicarnos en los tiempos actuales, con sintomatologías que nos retan por sus nuevas formas y que vuelven complejo el cuadro de la psicopatología contemporánea. Como señala, Cosenza[1]: “En ellas predomina una modalidad de goce no regulado por la acción formadora del Otro simbólico. Se caracterizan generalmente, de acuerdo a la definición de Jacques-Alain Miller, como siendo modalidades de goce sin el Otro, basadas en un goce pleno y mítico, sin pérdida, unido a un rechazo fundamental del Otro”.
En este tipo de configuraciones se encuentran las toxicomanías, las depresiones, las anorexias y las bulimias, etc., y como se puede vislumbrar, por lo anteriormente dicho, estos síntomas contemporáneos están sobre la palestra del quehacer clínico no acabado y siempre en cuestionamiento.
Uno de los temas en el campo de los trastornos alimenticios, y que escuchamos ampliamente en espacios de divulgación con expertos, es el dato sobre la aparición de estos síntomas mayormente durante la adolescencia. Y esto es cierto, por lo menos en la experiencia que tenemos en la práctica clínica. Esto no es una novedad, el problema es cuáles son las preguntas que se hacen para poder pensar por qué sucede, sin dejar a un lado, lo que le brinda esta época a un adolescente para que desarrolle estos síntomas o soluciones subjetivas.
Para el psicoanálisis de orientación lacaniana hablar de adolescencia es una especie de permiso ya que alude a una perspectiva evolutiva y que no pone en juego lo sustancial que es la manera de gozar de un sujeto y el cuerpo en relación a lo real. Sin embargo, para poder unirnos a una nominación social, como lo es el concepto de la adolescencia, podemos rescatar lo que nos dice Juan Mitre[2] sobre este momento de vida:
“La adolescencia es un lugar, un nombre, un tiempo, que la sociedad ha encontrado/inventado para nombrar lo que pasa en “esa edad”. Edad, a la que cada quien según su historia tendrá que ponerle años, si es que los tiene”.
¿Qué es lo que distingue a este momento de vida, a la adolescencia?
Freud planteó desde “Tres Ensayos sobre una teoría sexual” de 1905, su teorización sobre el desarrollo psicosexual del ser humano. Ahí nos brinda una joya luminosa para la pregunta que nos estamos haciendo. La clave para entender la adolescencia se encuentra en las vicisitudes pulsionales durante la pubertad, que podemos concretar en las dificultades por las transformaciones del cuerpo y a la reestructuración libidinal-pulsional que se entrelaza con los cambios físicos y biológicos que experimentan los chicos.
Conocemos de los caracteres sexuales secundarios que aparecen, el cambio de las formas en el cuerpo, su crecimiento, la voz, la carga libidinal sobre los órganos genitales y sobre la demanda para el sujeto adolescente por la cuestión de la elección y de la decisión. Y al mismo tiempo, en este despertar también nos topamos con las resistencias, a veces, rechazo radical del sujeto frente a estas transformaciones.
“A la adolescencia la podemos pensar como el pasaje del país de la infancia (donde algo está instituido, en el mejor de los casos por los padres o aquellos que ocupan su lugar) al territorio de la adolescencia. Territorio siempre de fronteras difusas. Zona de exploración, de búsqueda, donde las brújulas fallan”. (Mitre)
Descubre entonces el adolescente que tiene un cuerpo con el cual no sabe qué hacer y que no se somete a su yo, a su voluntad. Y esto no tiene que ver exclusivamente con los cambios físicos más notorios, (la menstruación en las mujeres y la eyaculación en los hombres), sino también por la fantasías y sueños vinculados a la sexualidad, en donde son protagonistas. Estamos frente a la inauguración de las transformación del inconsciente por el sueño que comienza a poblarse de escenas en las que entran en juego la relación del joven con el sexo y la muerte, y el encuentro con la pareja sexual. (Cosenza, 2013). Esto implica algo fundamental:
En la experiencia de la clínica psicoanalítica con adolescentes, lo que encontramos es que esta subjetivación, este pasaje no se da sin conflictos, y en la mayoría de los casos, no lo lleva a la asunción de una postura sino más bien a un rechazo de las transformaciones del cuerpo sexuado, a los avatares de la pulsión y finalmente, poder dar acceso a una relación con otro, tanto en la fantasía como en el encuentro sexual.
Frente a esta vicisitud el joven adolescente puede tomar dos direcciones posibles:
a) una es la vía del síntoma, en el sentido psicoanalítico, esto es, una formación de compromiso entre un empuje pulsional y una coerción del yo, que da lugar a una formación sustitutiva donde el deseo reprimido se satisface de una forma desviada que resulta displacentera para el yo. Esto es del lado neurótico, en donde a pesar de la insatisfacción, acepta entrar en el juego de la vida amorosa e inscribir su pulsión en el campo del Otro.
b) y otra es la vía del rechazo radical, que en su versión contraria, no utiliza en el proceso de pasaje de la pubertad la entrada por la sexualidad. Conlleva el anclaje del joven en una posición sin divisiones y en una modalidad de goce autoerótico, de plenitud, sin vérselas con el Otro y sin alternativa para el goce sexual. En estas condiciones podemos encontrar lo que sucede en las toxicomanías, y en algunas anorexias también.
Trabajaremos en otra entrega, lo que sucede en particular en la anorexia y la bulimia como respuesta-solución a la adolescencia. Dejaré, sin embargo, unas líneas provocadoras y esclarecedoras del libro de Graciela Sobral, “Madres, anorexia y feminidad”[3]:
“Hoy en día la mayoría de los
casos se producen en la adolescencia, se desencadenan frente a los cambios
físicos y psíquicos que supone la pubertad y el encuentro con la sexualidad. El
deseo se pone especialmente a prueba a la hora de poner en juego la identidad
sexual y la relación con la pareja sexual. La enfermedad, sobre todo cuando se
agrava, es una forma de retirarse de la vida social, es una coartada mortífera
para no entrar totalmente en las relaciones y aislarse para vivir una vida
espiritual o intelectual, más allá de las vicisitudes del cuerpo”.
[1] Cosenza, D., “La comida y el inconsciente. Psicoanálisis y trastornos alimentarios”, Editorial Tres Haches, Argentina, 2013, pag. 137.
[2] Mitre, J., “La adolescencia: esa edad decisiva. Una perspectiva clínica desde el psicoanálisis lacaniano”, Editorial Grama, Buenos Aires, 2014, pág. 12.
[3] Sobra, G., “Madres, anorexia y feminidad”, Ediciones del Seminario, Buenos Aires, Argentina, 2011, pág. 88.