Hablar sobre las diversidad de tratamientos que se ofertan para aquellos que buscan modificar su cuerpo debido a la obesidad es un tema que involucra, desde nuestra perspectiva, varias líneas de análisis. Por un lado existen condiciones físicas graves que son atendidas por la medicina en estos tratamientos quirúrgicos, a veces, como último recurso, y que establecen protocolos para llevarlos a cabo y por otro, también están las propuestas que extienden sus intervenciones a la demanda de aquellos que las buscan, a veces como “soluciones mágicas” bajo las coordenadas de un mercado, muy lucrativo, por cierto, pero que pueden dejar de lado varios temas de análisis, en particular, las condiciones subjetivas y los modos de cada sujeto de hacer con su malestar. Es importante no dejar de lado la dimensión ética en esto. Poder preguntarse lo que lleva a alguien a someterse a esto, implica varias perspectivas, la casuística nos permite ahondar en ello.
Un caso en particular nos puede ayudar a aclarar algunas de estas reflexiones, un hombre joven que se había sometido a una intervención de su abdomen hace unos 3 años por una condición de obesidad y que buscaba adelgazar, pide consulta pues estaba a unos cuantos kilos de recuperar lo que había perdido, habiendo seguido el protocolo médico e interdisciplinario, previo, durante y posterior a su intervención, se preguntaba sobre lo que le había pasado, muy angustiado y decepcionado, lanza una frase significativa: “pensé que había encontrado la solución final y ahora no puedo detenerme. He fracasado ante los demás y ante mi mismo y esto me ha hundido en la depresión” Sin la intención de presentar un análisis detallado de las condiciones en que esto le sucedió, me parece importante resaltar que en este tipo de intervenciones sobre el cuerpo, que traen consigo alteraciones físicas y funcionales importantes, tomar en cuenta la función que implica la relación con la comida y lo que sostiene, es de suma importancia. Si como expectativa se plantea que con la reducción del estómago quedará impuesta otra manera de hacer de esa persona con dicha relación, como este caso lo expresa, al paso del tiempo esta se restituyó, como se puede intuir no sólo se trata de ello.
La experiencia nos ilustra que el afecto depresivo se manifiesta cuando algo interrumpe, o quiebra la solución compensatoria relacionada con la alimentación. Esto suele aparecer en el marco de este tipo de intervenciones o de otras, quizás no tan drásticas, pero que dejan de lado estas dimensiones. Hacerlo nos permite acercarnos a reconocer la función que ha tenido en la historia de esa persona su relación con el objeto comida, la satisfacción inmediata y solitaria, eclipsa otras situaciones más profundas en la vida subjetiva.
Recaídas y posibles tropiezos suceden en un tratamiento, no es un camino directo y lineal para nadie, incluso, el abandono de estos suelen suceder con una alta frecuencia como uno más de sus efectos, es importante reconocer que la desarticulación del “trastorno alimentario” no es suficiente. Se trata de transformaciones cualitativas del afecto depresivo en un sentido, y de identificar por parte de los profesionales dedicados a este tipo de tratamientos, la estructura psíquica, pues existe un andamiaje subjetivo que en unos casos es más sólido y en otros, no. Por lo tanto, las consecuencias serán distintas sino hay otros puntos de amarre y sostén subjetivo.