Comúnmente se suele creer que la alimentación es un acto natural, pero en realidad está muy lejos de serlo. Por ello, es posible pensar a los trastornos alimentarios como síntomas sociales, como menciona cosenza, por que están atravesados por normas y expectativas que aparecen desde la relación con el otro.
Cuando estamos sentados a la mesa, además de la relación que existe con la alimentación, se ofrece a los hijos expectativas sobre dicho momento; sin olvidar lo que el/la pediatra nos ha dicho sobre lo que es bueno y malo. Y por supuesto todos aquellos juicios de valor que recibimos de la comunidad a la que pertenecemos (familiares, amigos, colegas, etc.) Es decir, se ofrecen los alimentos y un puñado de cómo, qué, cuándo y dónde se debe comer.
El ritmo de vida impone, si así se le concede un tiempo limitado para comprar y preparar los alimentos, y por supuesto para consumirlos, agregando otro tanto de condiciones culturales al acto de comer.
Resulta interesante comprender que quién propone ese clima emocional son generalmente los adultos, no los niños. Los niños reaccionan a él y toman diferentes posturas.
La lactancia modelo sagrado de la alimentación, es un momento de interacción entre la madre y el hijo, fuente de muchas satisfacciones y frustraciones. Un aspecto resaltado múltiples veces sobre ella, es que no sólo se trata de dar el alimento sino que es una actividad anudada a un sin fin de emociones.
Este intercambio se pierde de vista cuando los hijos comienzan a comer otros alimentos, pero en realidad sigue habiendo una persona que ofrece el alimento y otra que lo recibe en medio de un intercambio emocional. Sucede que en la medida en que los bebés avanzan en la ingesta de nuevos alimentos también se desarrollan emocionalmente. Comienzan a diferenciarse del mundo, de la madre, de los objetos y a saberse visto.
La posibilidad de rechazar o aceptar los alimentos es una forma relevante en esta etapa, pues da espacio para expresar sus deseos y la forma en las que ha de querer realizarlos. Es por ello que en un momento sucede una comida serena sin muchos altibajos, y en otra ocasión un campo de guerra.
El rechazo de los alimentos impacta a los adultos no solo como una preocupación sobre la salud de sus hijos, pero también como un rechazo personal, una forma de indisciplina y desafío a la autoridad.
Es importante identificar y sobrellevar esta sensación para no confundir a la hora de exigir que los niños que coman, sí se busca que se alimenten sanamente o que obedezcan.
La ingesta calórica tiende a disminuir después del primer año, pues la tasa de crecimiento baja. Por lo tanto es normal que los niños no coman como antes. De esta manera las preocupaciones por que no coman nuestros hijos, si no hay indicaciones médicas, son más que nada preocupaciones provenientes de nuestras expectativa respecto a la alimentación.
Nos angustiamos porque no comen, o lo hacen de manera selectiva, o toman mucho tiempo en comer. Pero:
¿Por qué es necesario que se acaben el plato? ¿Qué coman ciertos alimentos? ¿En un tiempo específico?
Si se observa, aparece que los ritmos de los niños son diferentes y en realidad su relación con la comida es particular -Esto quiero, esto no, hoy si, mañana no- Los niños actúan respondiendo a su deseo, no a necesidades indicadas por otros.
Los niños construirán su relación con la comida y también con su cuerpo. Es muy importante evitar juicios negativos, el uso de adjetivos como gordos, flacos. Es más valioso transmitir a los hijos el cuidado del cuerpo y el aprecio por el a través de hábitos saludables. Y por supuesto enseñarlos a través del ejemplo a querer su cuerpo como es, y no desde pequeños inducirles la idea de querer cambiarlo a través de “x” habitos. Los hábitos saludables son para cuidarnos como somos, no para cambiarnos.