Hace unos días fui invitada a dar una charla para la comunidad de padres de la Universidad Latinoamericana, Campus Florida. Me encontré con la sorpresa en ese momento que no sólo iban a estar algunos tutores de los alumnos, maestros y autoridades, sino también fueron invitados jóvenes de preparatoria. ¡Heme ahí, frente a ese público diverso!, después de advertirles la situación, les propuse que entre todos fuéramos viendo en la marcha cómo nos iba, esto es algo frente a lo cual un analista practicante está sujeto a cada momento, saber hacer con lo inesperado, sin cálculos. Algo así, como lo que sucede en el encuentro con el Otro, más aún si hablamos desde el terreno de lo amoroso.
Aquí unas ideas para el blog de TRIA que compartimos ese día:
Cuando hace unas semanas estuve pensando en la manera en que iba a desarrollar este tema y pensé en su título, “El amor en los tiempos del whatsapp”, en primera instancia surgió la asociación con el libro de García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”, que muchos de Uds. podrán recordar. Este amor, escrito hace más de treinta años, perdurable, apasionado, incansable de Florentino y Fermina, en aguas del caribe colombiano a principios del siglo pasado. Cuando lo leí, en mi adolescencia, fue un encuentro sorpresivo y enigmático sobre el amor. Sin embargo, me di cuenta que me traía otras asociaciones: en esos mismos días habían coincidido en tiempo y causa en mi consultorio, dos jovencitas universitarias, cada quien por separado, angustiadas, enojadas, muy dolidas por un amor frustrado, expresaban en su singularidad, el rompimiento con su novio. Esto no es novedad, en las vicisitudes de lo humano, si de algo van a hablar los pacientes, es del amor. Podría decirse que “encolerizadas”, hablaban de todos los entramados y señales del desamor de su partenaire. Y cuyo escenario fue la famosa aplicación, el conteo de palabras, el tiempo de contestación, los mensajes no vistos, las palomitas en gris o en azul, el estar “en línea” y no responder, son tomados, hoy por hoy, como signos de que algo anda bien o mal en una relación o para estas chicas, que se había acabado. Signos angustiantes de nuestra época, de tratar de hacer algo con aquello que es intrínseco a los sujetos, eso que no marcha, que no es completo en el amor, en las relaciones con el otro. Y que hoy toma estos peculiares modos.
Mi originalidad se esfumó cuando navegando en Internet, como la mayoría lo hacemos, me doy cuenta que existen, con el mismo título, varios artículos, algunos serios, otros no tanto, páginas en las redes, artículos de revistas del corazón que entre otras líneas, intentan enseñarnos cómo se debe de hacer para conseguirlo, asegurarlo, los 15 pasos, los 6 tips geniales para recuperar a la pareja, etc. Lo que esto nos dice, entre varias situaciones, es que el efecto de la tecnología en las maneras en que nos relacionamos es de interés de diversos discursos. A continuación algunas ideas de lo que el psicoanálisis puede decir sobre esto.
Un referente interesante y al que constantemente aludo es Bauman, sociólogo y filósofo polaco, quien lastimosamente murió a principios de este año. Para Zigmunt Bauman, las formas del mundo en que habitamos, el mundo globalizado, han traído como efecto que las relaciones entre los seres humanos tengan esta condición líquida, habla de tiempos líquidos, y específicamente, de “amor líquido”, lazos amorosos y vínculos que se pueden diluir y desvanecer como el agua. El temor a establecer una posición frente al otro permanente es un recurso cada vez más usado, las relaciones transitorias son parte de esta época. Varios psicoanalistas interesados en este tema retoman las propuestas del sociólogo, sin embargo, el psicoanálisis va algunos pasos más allá, y lo que nos propone es que no sólo estamos frente a esta condición “soluble”, sino que la pareja formada por la ciencia y la tecnología, sostenida por las coordenadas del capitalismo salvaje, están llevando a la declinación de la vida amorosa. Una vida venida a menos y que día a día asistimos a nuevos modos de lazo amoroso impensable, inimaginables para los tiempos en que leía a García Márquez y pensaba en Florentino y su espera de 50 años por su amada.
Otro de los impactos relacionados es la tendencia al goce inmediato que se obtiene en la relación con los objetos tecnológicos en detrimento de la dimensión del objeto como mediador o de intercambio vinculado al deseo. Es decir, el que permite llegar hacia otra cosa, y no es el fin en sí mismo. Ya no sólo no es posible prescindir de él sino que va organizando, de manera imperceptible, la forma de relación con los otros, la temporalidad y la manera de disfrutar. Dicho objeto se introduce cada vez más en la vida y la intimidad, y toma secretamente el lugar del partenaire. Su proliferación promueve un goce autista y solitario, tanto en el sentido de que cada vez se puede relegar más a los otros, como de que el objeto deja de ser un medio para el encuentro. La satisfacción que procura se vuelve la meta, aunque sea en compañía de otros. Basta pensar o mirar el entorno para ubicar las reuniones sociales en donde no se mira a los demás, y los silencios son llenados con el celular, las comidas familiares, en los conciertos ya no se puede ver al artista, las tabletas y celulares se interponen en la experiencia.
El objeto es el compañero más fiel y menos problemático, particularmente porque brinda una satisfacción inmediata que no necesita pasar por las vicisitudes y dificultades que suponen las relaciones, como cualquiera de los ejemplos mencionados dan cuenta de ello.
Desde la carta, el telegrama, el teléfono, el mail, el chat, hasta el whatsapp, hemos construido progresivamente métodos más inmediatos y cada vez más cortos para evitar al parecer el encuentro, o por lo menos para posponerlo, hasta conocer al otro lo suficiente, en una suerte de “no encuentro”.
La época privilegia la satisfacción solitaria, la dimensión imaginaria, y estimula la ilusión que lo completo o la satisfacción total son posibles. Pero sabemos que eso no ocurre, como claramente lo expresan estas jovencitas en mi consultorio.
Tema de nuestro trabajo cotidiano y que no podemos dejar a un lado, es el cuerpo que funciona como otro objeto que se intenta cultivar y embellecer o en ciertos casos incluso actúa como frontera con los otros. El culto al cuerpo joven y bello es uno de los valores de la sociedad occidental actual que se torna en un imperativo voraz. Este es uno de los lugares en que se manifiesta el predominio de lo imaginario en nuestra cultura. El mundo simbólico, de los relatos, de las relaciones, de las grandes gestas ha dado lugar a otro donde lo que está vinculado a la imagen se destaca en primer lugar. Hoy se trata de las apariencias y del dar a ver.
Todo esto es muy importante porque configura las formas de sentir, de pensar, inclusive, las formas de padecer. Anorexias, bulimias, obesidades, adicciones dan cuenta de ellos también y que afectan tanto a nuestra juventud.
Hoy el vértigo de lo efímero, la búsqueda de soluciones urgentes sin necesidad de esfuerzos prolongados; el predominio de la comida rápida, los movimientos tendientes a la satisfacción instantánea, muestran las bases de cómo son las identificaciones contemporáneas: seres ofrecidos a la mirada que se alimentan de la pasión por lo efímero, como nuevo ideal.
Todo esto también tiene que ver con el amor, la manera de vincularnos con los otros, como mencionamos desde el principio.
Las redes sociales y las aplicaciones (como el whatsapp) son productos, objetos para ser consumidos, que buscan dar un “marco” a los síntomas de los sujetos y una continuidad a sus maneras de satisfacerse. Lo que las redes sociales exponen, en este sentido, ya que no es la intención satanizar un medio que es vigente y que permite establecer lazos sociales de maneras constructivas, es lo que la cultura contemporánea produce: sujetos entrampados en sí mismos. Se podría llamar en “una soledad acompañada”, establecer redes y mantener al mismo tiempo, una soledad que deje a salvo el encuentro, con lo imposible de este, de lo que cada vez menos se quiere saber, del otro y sus diferencias.
No podemos olvidar que las generaciones actuales nacieron con estos referentes del mundo cibernético, de las redes sociales y aparatos electrónicos, son los “nativos digitales”, que saben y su mundo se ha organizado con estos avances, por ejemplo, en la vertiginosa comunicación mundial, la obtención de información en segundos, desarrollo de recursos impensables para otras épocas. Aunados a los efectos del debilitamiento de los lazos sociales; el desempleo; la violencia; la desigualdad social y sobre todo, la caída de la autoridad paterna, con la consecuente fragilidad en el establecimiento de límites en las familias actuales.
Esto ha causado el rechazo de los ideales paternos y que condiciona al sujeto –niño y adolescente- hacia la “solución” propuesta por el consumo. De esta manera encuentran un lugar que los identifica, adoptando un modo de obtener placer y “hacer algo” con la ansiedad y vacío existencial, en el consumo, sea de objetos, medicamentos, alcohol, drogas, alimentos, sexo, y de pantallas de todo tipo, de manera excesiva y sin control, en algunos casos. Es la forma en que se relacionan con estos, lo significativo y el por qué.
Volvamos al tema del amor. Lacan, dijo una vez, tratando de precisar el amor, que el amor es el que permite que el goce condescienda al deseo. Para el goce uno se las arregla solo y el mundo contemporáneo es una máquina de producir objetos para que uno en el goce se las arregle solo. La idea de Lacan, es que de esa soledad del goce, sólo se sale por el amor, es decir, a partir que el objeto que satisface mi goce, es precisamente el objeto que no tengo, que tengo que salir a buscarlo, que tengo que salir de mi mismo para encontrarlo, entonces eso abre la dimensión del deseo. Lo quiero y no lo tengo, es lo que arranca al sujeto de la satisfacción solitaria y lo dirige, lo ensarta en los caminos deseantes. Buenas y alentadoras directrices. La idea es que el amor es lo que introduce, cambia el registro del objeto, de objeto de goce solitario al objeto del deseo, es en esta transformación que opera el amor.