En la práctica clínica observamos que, en numerosos casos, la aparición de síntomas anoréxicos y bulímicos está ligado a la dificultad de elaborar el duelo por la pérdida de una persona, de un vínculo considerado valioso para quien lo vive.
Aquí es importante hacer una reflexión sobre el punto de que la vida, de cierta manera, es un cúmulo de pérdidas. Imperceptibles, la mayoría, pero la propia existencia implica un devenir, un tiempo en que cada instante que vivimos significa que se ha perdido el anterior. Cada momento de vida conlleva ese tránsito de duelos, por ejemplo, la infancia, la adolescencia, del cuerpo infantil al cuerpo adulto, de la etapa estudiantil a la profesional, cambios de ciudad, etc., pero como sabemos, esto no ocurre como pasos lineales o procesos evolutivos, sobrevienen más allá de las fases o del tiempo cronológico. Ante estas pérdidas, unas evidentes por sus efectos de todo tipo y otras pequeñas, incluso insignificantes, se van presentando dichos duelos. Pero esto no sucede sin dolor, ni tampoco sin obstáculos.
La función del duelo es la de subjetivar la pérdida inscribiendo un trazo nuevo, que recubra ese agujero producido por la pérdida. Es por ello que frente a la muerte, el ser humano ha buscado diversas maneras de hacerle frente. Y aunque esto ha cambiado en los diferentes momentos de la historia y de las culturas, por ejemplo, está la importancia de los ritos funerarios que intentan nombrar algo, simbolizarlo. En el espacio social con el semejante, el dolor por la falta también puede encontrar una localización y acotamiento.
En la clínica, un duelo atascado o detenido, se presenta con la presencia de fenómenos. Fenómenos que son del orden de un hacer, mostrar, escenificar, que se repiten en un intento fallido de inscribir lo traumático de la pérdida. Entre éstos se incluyen, frecuentemente las lesiones psicosomáticas, actings out, pasajes al acto, adicciones, anorexia-bulimia, alucinaciones. Algo de lo imposible de ser articulado se muestra en esos fenómenos.
En el terreno de la anorexia, frente a la pérdida la joven anoréxica, por ejemplo, no da acuse de recibo de la misma, por lo tanto no hace el duelo porque sustituye lo perdido, así como su lugar en relación a dicha falta, por la vía de que a ella no le falta nada, hay una restitución o manipulación de lo perdido por el camino de construir un cuerpo que no tiene hambre, que no come.
Es también un indicio de que este tipo de problemáticas con la alimentación aparecen considerablemente a la entrada de la adolescencia, y que aparecen como maniobras que ayudan a conservar el cuerpo “infantil” debido a la dificultad de hacer con dicho duelo y aceptar los cambios sexuados y de nuevos vínculos con los otros, propios de la adolescencia.
La pérdida de un ser querido trastoca el andamiaje subjetivo y cambia, por así decirlo, el guión que cada persona ha construido de su lugar en la vida. En el caso de la bulimia, con el consumo excesivo de comida y con el vómito se hacen soportables la pérdida y la angustia que esto causa. Este “llenado y vaciado” que constituye el ciclo bulímico, restituye la falta de lo perdido y no produce la confrontación con lo que implica no sólo la pérdida de esa persona, o vínculo, sino también con el lugar que se tenía gracias a esa presencia. “Como para no pensar”, “después del atracón me siento anestesiada, nada duele”, son algunas frases que pueden ejemplificarlo.