El tener hambre es una necesidad fisiológica de los seres vivos. El ser capaces de percibir hambre nos permite sobrevivir; sin embargo, es común escuchar en la consulta a pacientes que se rehúsan a percibir esta sensación. ¿Por qué el percibir hambre puede ser tan mal visto? Te invito a seguir leyendo.
Desde nuestro nacimiento tenemos la capacidad de percibir hambre, un bebé llora si la percibe y deja de hacerlo al momento en que esta necesidad se satisface. Conforme crecemos esta capacidad se va “perdiendo” ya sea por la influencia de nuestro alrededor, por comentarios que escuchamos o por el número de actividades que realizamos en el día y que se vuelven prioridad.
El tipo de hambre más básico es el hambre fisiológica; esta es la demanda de alimento del cuerpo cuando la reserva de energía disminuye, sin embargo, “la belleza del ser humano radica en que estamos constituidos por más impulsos que los necesarios para la simple supervivencia. Nos encanta la comida. Nos llama a través de los sentidos, de los ojos, del olfato, al hacérsenos la boca agua, de nuestro corazón anhelante” De otra manera, seríamos como el resto de los mamíferos: Comeríamos cuando sintiéramos hambre y cuando no, no.
Este punto que nos diferencía, permite que el acto de comer nos dé oportunidad de crear lazos a través de los alimentos por lo que, si bien es cierto que satisfacer el hambre es un acto fisiológico, también es un acto emocional y afectivo hacia nosotros y nuestro alrededor
BIBLIOGRAFÍA
Chozen Bays J. (2013). Comer atentos. Guía para redescubrir una relación sana con los alimentos. Editorial Kairós.