La dificultad en los hombres de sostenerse en una posición viril, especialmente cuando el significante del Nombre del Padre ha perdido su función orientadora. A veces, crean recuperar fantasmática mente la virilidad y el narcisismo bajo el síntoma de la infidelidad, convirtiendo la demanda de amor femenina en un imperativo superyoico imposible de satisfacer.
Es decir que, en esa forma ‘ideal’, él cree complementarse en su deseo con la mujer como falo y en este mismo encuentro erótico la reduce a un objeto imaginario de deseo.
En un hombre pueden existir los emblemas de la masculinidad pero la posición sexuada ser femenina o que una mujer, más allá de presentar algunos semblantes femeninos, evite el encuentro sexual con él, ubicándose muy bien como uno entre ellos e identificándose imaginariamente al varón. La cuestión es siempre, desde dónde se ubica el sujeto para afirmarse hombre o mujer.
Ella tiene un goce que no comparte con él y que la vincula al otro. Esa parte no toda es de ella, es difícil de soportar por él, viviéndola infiel. El femicidio, es su ejemplo extremo. Es una duplicidad estructural respecto al goce. Ella tiene un pie puesto en el goce fálico pero el otro pie, puede ponerlo en otro goce del que nada dice porque nada sabe y que no comparte con él. Goce suplementario, en más del goce fálico.
El encuentro con lo real sexual como imposible, hace agujero que siempre conlleva una extrañeza en tanto no hay ley organizadora para ese imposible. Cada sujeto va a arreglárselas con un anudamiento particular hecho de palabras, cuerpo y goce. Será la invención sintomática y particular, para suplir la no relación sexual.
Las posiciones masculina y femenina, no alcanzan para cubrir lo real sexual, surgiendo nuevos nombres que intentan amarrar lo que allí escapa. ¿Cuál será entonces nuestra orientación como, para ubicarnos en la clínica frente a esa nueva multiplicidad? Consideramos que no sólo eso, porque más allá del amor y el deseo, de lo que se trata es de dilucidar cómo cada sujeto se posiciona ante el agujero del trauma.
En mi práctica clínica con parejas y familias, hay un rasgo o síntoma que me convoca a pensar por las consecuencias que invariablemente quedan como marca después de una infidelidad. Y aunque en cada caso se vive de distinta manera y con diferente intensidad, siempre es un acto que pone a la pareja a pensarse y a vivirse a partir de esta contingencia.
La infidelidad ha sido un asunto cotidiano que trae al consultorio a las parejas para decidir si siguen adelante o no con su relación, ya que en no pocas ocasiones marca un antes y un después de descubierta la infidelidad.
Los pacientes que llegan a consulta a TRIA, padres de adolescentes con trastornos de alimentación: anorexia o bulimia, prevalece la idea del matrimonio tradicional, monogámico, donde la infidelidad es vivida como una traición al contrato y generalmente produce efectos devastadores en la pareja, efectos difíciles de superar y que en ocasiones rompen el vínculo o lo estropean para siempre.
Un matrimonio de 20 años, llega a consulta porque el hombre pretendía abrir la pareja, ya que tenían más de 5 años sin relaciones sexuales y ya no había deseo entre ellos, sin embargo no querían romper el vínculo, pues en común tenían hijos, nietos y propiedades. Ella se negaba a la apertura de la pareja y pretendía intentar reanudar las relaciones sexuales, pero él no deseaba lo mismo, pues decía sentirse atraído por mujeres jóvenes. Después de un tiempo de terapia se decidió la separación. Pero cuando ella se enamoró de un joven menor que ella, el marido la buscó e intentó reanudar el vínculo. Volvieron a la terapia y la pareja regresó a vivir juntos nuevamente pero no pudieron restablecer la relación, ya que la infidelidad aparecía en el lecho conyugal en forma de reclamos y resentimientos.
Otra pareja con 40 años de matrimonio, que al decir de él eran muy distintos en todo, pero en la cama se arreglaban los problemas: “Después de algún pleito, nos dejamos de hablar unos días, pero luego en la cama ella me acerca una pierna, y ya está…” Después de muchos años de relación, el se da cuenta que ella le “pone el cuerno” con un colega de ella, y aunque ella lo niega, el está seguro de que es verdad y dice haber sufrido mucho. Al poco tiempo, él la engaña con una mujer mucho más joven que él y cuando ella se da cuenta lo niega, de la misma manera que ella lo hizo. En este caso los dos quedan “a mano” y hacen el pacto de seguir juntos, ya que toda una vida, hijos, nietos y otras cosas los unen.
Por otra parte podemos observar cierta masculinización en algunas mujeres, que también dividen el amor y el deseo, resultando que ellas tampoco pueden amar donde desean.
Una paciente de 10 años de relación con su pareja, al tener un hijo hace 4 años, la maternidad la desorganiza y pierde el deseo sexual hacia su compañero, a quien dice amar como a nadie. Sin embargo comienza a buscar parejas sexuales fuera del matrimonio y se separa del marido. Actualmente se encuentra literalmente dividida ama a su marido, pero no lo desea y tiene un amante al que no ama.