“La salud empieza por la boca” y “Eres lo que comes” son frases que se escuchan comúnmente y se refieren a la importancia de la buena alimentación y su impacto en nuestra salud. Lo anterior está comprobado por años de ciencia donde se relacionan hábitos saludables con la prevención de la enfermedad, pero no se debe de perder de vista que la comida no sólo juega un papel nutricio en la vida de todos nosotros, también tiene efectos sociales y emocionales. ¿Y por qué es importante hablar de esto? Porque se debe desmitificar la idea de la salud relacionada únicamente con el “bien comer” y ampliarla hacia un buen análisis donde se consideren los pensamientos y emociones que nos genera comer lo que comemos.
¿Y de dónde hemos obtenido todos estos pensamientos? Desde que somos pequeños nuestros cuidadores nos recalcan contantemente lo importante que es comer bien para crecer y no enfermarnos, pero además para obtener el postre, para acceder a beneficios, para podernos parar de la mesa, etc. Se hacen múltiples estrategias maternas y/o familiares para que los niños coman; se les obliga a hacerlo, se les esconden las verduras en licuados con sabor a chocolate, se les chantajea con dulces para que se termine todo, etc. No debe parecernos lejano todo lo anterior, pero si lo analizamos bien, estas maniobras sólo llevarán al niño a romper una buena relación con la comida.
Voy a ejemplificar lo anterior con una escena común: El niño quiere comer un helado, pero su mamá cree que no es lo más saludable por lo que le ofrece un brócoli antes, con la condición de que si se lo termina obtendrá su helado. El niño quizás acepte el brócoli por la recompensa, pero no porque verdaderamente lo quiera. El resultado será darles una connotación negativa a ambos alimentos:
1. El comer brócoli debe ser lo suficientemente “malo” para tener que ser premiado con otra cosa y
2. El helado no puede comerse nada más porque sí, se debe tener una “buena acción” antes para tener derecho a ese manjar.
En el mismo contexto puede haber un sinfín de ejemplos que muestran cómo es llevada una mala relación con la comida. Gente que piensa que comer verduras es un castigo, que comer lechuga es parecerse a una vaca, que no pueden comer un postre porque “pecan”, que para estar sanos hay que comer poco, etc. ¿Se imaginan el sinfín de pensamientos negativos que se generan alrededor de un acto tan natural como comer?
Por lo anterior, es importante verificar si la idea que se está construyendo alrededor de la comida en la familia aporta salud a lo emocional. En la actualidad, existe mucha información y técnicas para establecer una relación saludable con la comida desde los primeros meses de vida y que esta perdure. Ofrecer alimentos saludables (ricos en vitaminas, minerales, fibra, antioxidantes, proteínas, grasas, vegetales, etc.) es imprescindible para la salud del cuerpo, pero crear un ambiente de tranquilidad, libertad y sin juicios alrededor del acto de comer también lo es. Se debe procurar eliminar todas las etiquetas morales que se le otorgan a la comida: ni una lechuga es buena ni unas papas fritas son malas.
El alimento es el encargado de brindarnos energía y nutrimentos, pero la relación que tengamos con él juega un papel importantísimo en nuestra salud integral. No olvidemos que la comida juega un papel trascendental en nuestra vida desde nuestra gestación hasta nuestra muerte, por lo tanto, tener una buena relación con ella sin duda es la mejor estrategia para preservar la salud a largo plazo. ¿Y tú consideras que tu relación con la comida es buena?