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Hay una frase que escuchamos frecuentemente decir a los pacientes que acuden a TRIA para tratamiento, no importa si es por obesidad, bulimia, anorexia o incluso por uno de los muchos otros malestares con los que trabajamos día a día: “No tengo fuerza de voluntad”.
Vale la pena hacer una reflexión al respecto, no sólo porque favorece la recuperación de los pacientes, sino también porque puede orientar a los profesionales que trabajan con estas problemáticas.
Cuando hablamos de fuerza de voluntad es común decirlo o escucharlo con un halo de juicio de valor. Es decir, que aquellos que la tienen están del lado correcto, y por el contrario, quienes no la encuentran están haciendo algo mal. No hay nada más desacertado que eso.
Si bien la voluntad tiene que ver con la posibilidad de realizar cosas con la intención de obtener un resultado particular, cuando aplicamos el dicho “fuerza de voluntad” no debemos confundirlo con necedad o testarudez.
Esta queja sobre la falta de voluntad viene de los pacientes, de los familiares e incluso a veces, tristemente, de expresiones de colegas acerca del desempeño de sus pacientes.
Muchas veces esta expresión se usa para nombrar la dificultad que está enfrentando un paciente para modificar lo que dice que quiere cambiar o lo que otros le han dicho que debe cambiar.
Esto es parte importante de la reflexión, la fuerza de voluntad no basta para describir una intención de cambio. El cambio de hábitos, de conductas y hasta de pensamientos es un proceso muy complejo que no sólo implica la voluntad. Por el contrario, el proceso de cambio convoca al paciente a reflexionar sobre muchas aristas que se desprenden de esa decisión, que no necesariamente son obvias o están advertidas para los pacientes y/o sus familiares.
Así una paciente con dificultades para perder peso y mejorar su pronóstico con la diabetes, se enfrenta en un momento dado con el cuestionamiento de dejar de ser “la gordita de su familia”. ¿Qué implica eso para ella? Y ¿cómo impacta su motivación y sus expectativas para cambiar?
No es sólo que no quiera o no pueda hacerlo, es que hay algo más intrincado en la relación de esa sujeto con la ingesta de alimentos y la conservación de un cuerpo en particular que juega un papel determinante para sus intenciones de cambio.
Una adolescente con un trastorno de alimentación comenta: “En mi casa me dicen que no quiero cambiar, que no tengo fuerza de voluntad, que sólo tengo que decidirlo y parar de hacerlo. ¡Pero no es así, es más que eso; no puedo y estoy desesperada!”.
En el trabajo con los pacientes nos tenemos que ubicar lejos de los juicios respecto al resultado de sus conductas y acercarnos a la posibilidad de que el paciente pueda responder a una pregunta, que se presenta en diferentes versiones para cada persona: ¿por qué no puedes? Es un trabajo arduo y que requiere compromiso de todas las partes involucradas: del equipo interdisciplinario envuelto en el caso, la familia y el paciente. No siempre se puede contar con todos, pero lo importante es trabajar decididamente con quienes se cuenta.
Te recomendamos que si alguna vez algún profesional de la salud utiliza a la ligera esta expresión en una consulta, consideres dos veces su profesionalismo. Juzgar los resultados de un paciente por la fuerza de voluntad no es adecuado, por el contrario, es simplista y muestra una dificultad en la posibilidad de compresión del caso por parte del especialista.
Cuando la fuerza de voluntad surga como un argumento para explicar que no puedes realizar cambios que te has propuesto, hacerte las siguientes preguntas puede ayudar a orientarte:
- ¿Por qué pensaste en cambiar?
- ¿Cuáles piensas que son los efectos, tanto buenos como malos, que obtendras sí cambias?
- ¿Qué sientes cuando obtienes los resultados que estás buscando y qué cuando no se presentan?
Quizás puedan parecer obvias, pero encontrar la respuesta particulares para cada quien, puede orientarnos para ubicar algunos obstacúlos.