Hay distintos tipos de obesidad, algunas tienen una base orgánica, otras son una respuesta. Sobre estas últimas nos referimos al decir, que el problema de la obesidad y el sobrepeso no se puede encarar sólo como un desajuste en el cálculo calórico de ingesta y gasto energético. También hay una desregulación en el cálculo emocional, para decirlo en términos semejantes.
El diccionario de la lengua española nos dice que emocional, viene de la palabra emoción que es una alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática. Con diversas acepciones, queremos resaltar la que se refiere a lo anímico, subjetivo, psicológico, vital. Aquello que corresponde a lo más íntimo de un sujeto.
”Como cuando estoy triste, feliz o aburrida”, “lo único que espero al llegar a casa en la noche es sentarme a comer lo que quiera”, “si no hubieran consecuencias físicas, comería todo el tiempo”, “cuando estoy decepcionada o cuando estoy muy contenta lo primero en que pienso es en lo que voy a comer”. Estas son algunas frases que ejemplifican el laberinto intrincado entre la comida y lo emocional, mostrando que la relación en la experiencia humana y la función de la comida como algo que escapa a la función nutricia y a la satisfacción de una necesidad en el acto alimentario para la supervivencia. Hay mucho más en esta relación.
El vínculo que el ser humano tiene con la comida coincide desde siempre con la relación con el otro, nuestro primer contacto con el mundo y con el otro es a través del alimento. Y eso se sostendrá en el paso del tiempo, en las formas de responder a las vicisitudes de las relaciones con los demás, en lo familiar, lo social, lo cultural.
¿Pero qué sucede cuando este vínculo traspasa hacia maneras mucho más complejas e inconscientes que resultan en una afectación en el cuerpo, como la obesidad? Hay que pensarlo desde la función que cumpla en cada persona, afianzando la convicción que si no se resuelve esta ecuación, encontraremos como la experiencia en la clínica de la obesidad nos ha mostrado, los múltiples intentos fallidos de controlar el impulso a comer, refractarios al implementar las mágicas y lucrativas modas dietantes, uso o abuso de medicamentos, regaños, consejos persuasivos en pro de la salud, que en muchos casos, hacen un largo historial de batallas perdidas. La frustración es la consecuencia irremediable en esta fórmula.
En la obesidad no hay una confrontación con el ideal estético de la delgadez, insistente y cruel como ocurre con la anorexia, otra de las patologías alimentarias. De lo que sufre y se lamenta el obeso es de su dificultad de alcanzar una “normalidad” en el impulso a comer sin límites. Esta es una de las razones de esta imagen del “bonachón, simpático o feliz gordito” socialmente difundida, pero que claramente, esconde una condición con graves consecuencias.
En algunas personas la comida funciona como un antidepresivo o ansiolítico natural, que está dirigido a encontrar “una manera de hacer” con lo emocional y responder de esta manera ante cualquier dificultad que se tiene. Y lo que en el propio cuerpo aparece a manera de huella o impresión de experiencias pasadas, como una solución patológica a dificultades antiguas que padece el sujeto y que suelen, también, estar relacionadas con un sentimiento de soledad muy fuerte.
Es por esto que es fundamental poder dilucidar cuál es la función que tiene para cada persona, incluir lo emocional, lo subjetivo, podrá resolver dicha fórmula, en un cálculo que finalmente es un cálculo de vida.