Los nutriólogos somos profesionales de la salud, con amplio conocimiento sobre fisiología, bioquímica, patología, composición de los alimentos, entre otras áreas indispensables para el trabajo clínico. En la mayoría de los casos, somos especialistas competentes para diseñar una dieta de acuerdo con las necesidades físicas individuales: nutrimentos, agua, vitaminas, antioxidantes, etc.
A mi consulta llegan principalmente dos tipos de pacientes: sujetos que desean mejorar sus hábitos alimentarios porque tienen diabetes, hipertensión, hipotiroidismo, hipercolesterolemia, etc. y quienes viven con un trastorno alimentario. Es frecuente que, más allá de la enfermedad con la que ya vienen diagnosticados, me tope con personas angustiadas, ansiosas, con miedo ante mi intervención y tratamiento. Es indispensable para mi entender que no solo trabajo con cifras de kilos, porcentajes de grasa o triglicéridos; frente a mi está sentado una persona con una historia, emociones, conductas, etc. que necesita ser visto con integralidad.
Pretender que todo se resolverá con “X” cantidad de hidratos de carbono o calorías es fantasioso. Los hábitos y conductas alimentarias son temas para tratar y trabajar con responsabilidad, ya que se ven influenciados por diversos factores, siendo los emocionales unos de los más importantes.
A lo largo de mi experiencia clínica, he visto el efecto que tiene la presión social y familiar, la desinformación de los medios de comunicación, la visión limitada de la salud, etc sobre la relación que las personas construyen con la comida. Los (las) pacientes llegan al consultorio con una larga historia (diversos tratamientos y aproximaciones) en la búsqueda de modificar su composición corporal, hábitos e incluso su genética.
Escuchar con atención y sin juicios ese discurso es el primer paso para poder brindar un tratamiento adecuado. Alejarme del discurso de “yo soy la experta” y “todo es cuestión de voluntad” me ayuda a entender a quien necesita de mi acompañamiento en su proceso, y sobre todo de qué manera hacerlo.
Nunca es mi trabajo como nutrióloga ocuparme de las emociones de mis pacientes, pero si es mi deber escucharlas y validarlas con el objetivo de brindar una atención integral y llena de dignidad. Y en caso de ser necesario, hacer una referencia de manera oportuna. Al trabajar con un equipo interdisciplinario de especialistas en salud mental, que tiene la capacidad de atender y ayudar en estas áreas a mis pacientes, mis indicaciones y la adherencia de quienes recurren a mí, es mucho mejor.
Hoy, en el Día del Nutriólogo, invito a mis colegas a sensibilizarse y contemplar los componentes emocionales en sus consultas. Eso hará de su espacio clínico un lugar seguro donde el paciente no se sienta regañado, juzgado, obligado, en cambio será receptivo a su tratamiento.