Desde la antigüedad la alimentación ha jugado un papel fundamental en el tratamiento de diversas enfermedades. Los primeros reportes son de la época de Hipócrates, en donde el ayuno era la única vía de tratamiento para los pacientes con epilepsia.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la epilepsia puede definirse como “Enfermedad cerebral crónica que afecta a personas de todo el mundo y se caracteriza por convulsiones recurrentes. Estas convulsiones son episodios breves de movimientos involuntarios que pueden afectar a una parte del cuerpo (convulsiones parciales) o a su totalidad (convulsiones generalizadas) y a veces se acompañan de pérdida de la consciencia y del control de los esfínteres”.
Aproximadamente 35% de los pacientes que la padecen presentan epilepsia refractaria, esta se caracteriza por continuar presentando convulsiones recurrentes pese al uso de dos fármacos como tratamiento.
Por lo anterior, se retomaron los escritos Hipocráticos en los años veintes y la Clínica Mayo propuso como medida de tratamiento una dieta que produjera efectos similares al ayuno la cual fue denominada dieta cetogénica.
A partir de ese momento fueron desarrolladas dietas similares como lo son la dieta Atkins y la dieta Atkins modificada (2006), ambas se caracterizan por un bajo consumo de alimentos que aportan hidratos de carbono (frutas, verduras, leguminosas, panes y cereales) y un incremento en el consumo de lípidos (semillas, alimentos de origen animal…).
Existen varias teorías para explicar el mecanismo de acción de este tipo de dietas; la fuente principal de energía de las células del cerebro son los hidratos de carbono (glucosa) por lo que al restringir su consumo, e incrementar el consumo de lípidos (grasas) la fuente principal de energía provendrá de los cuerpos cetónicos (compuestos producidos del metabolismo de los lípidos en el hígado) y no de la glucosa. Éstos alterarán la composición sanguínea y del líquido cefalorraquídeo, por lo que se modificará el metabolismo neuronal y de excitabilidad de las neuronas ocasionando una disminución en la disponibilidad de energía disminuyendo el desarrollo de convulsiones.
Otra teoría resalta el efecto que tiene la inflamación en la modificación de la composición del microbiota intestinal (bacterias en el intestino) en los pacientes con epilepsia, en cuyos casos la dieta cetogénica tiene un papel benéfico, por sus efectos antiinflamatorios.
Estudios recientes muestran que del 50 al 60% de los pacientes tratados con dieta cetogénica experimentan al menos un 50% de reducción en la frecuencia de sus crisis, quedando libres hasta un 15-20%.
Como todo tratamiento puede tener efectos adversos como el estreñimiento, cálculos renales, presencia de hipoglucemias y déficit de micronutrimentos, por lo que es importante acudir con un profesional de la salud experto. Éste será capaz de realizar una evaluación nutricional completa, que permita:
– Conocer si el paciente es un candidato adecuado.
– Cómo iniciar la transición a este tipo de alimentación.
– Llevar un monitoreo continuo para lograr los objetivos esperados.
La dieta cetogénica y sus variantes deben ser consideradas como un coadyuvante en el tratamiento de la epilepsia en los pacientes fármaco-resistentes sin importar su edad bajo la supervisión de un profesional de la salud.