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Es casi una constante escuchar los relatos de las personas que tienen en la conducta alimentaria su zona de conflicto, cómo han librado diferentes batallas a lo largo de su vida para cambiar su alimentación, hacer ejercicio, dietas o planes de todo tipo para cumplir con la bien intencionada recomendación, a veces, crítica cruel, otras, insistente mandato de: “tienes que bajar de peso”
Las razones van desde los malestares físicos y en muchos casos, hasta por las consecuencias serias de enfermedades crónicas, también argumentan sobre las actuales condiciones sociales de estigmas estéticos sobrevalorando la delgadez y los cuerpos ¨fit¨ o las certezas de ser aceptados de manera exitosa por los otros, en el terreno familiar, amoroso y hasta laboral, etc., dándoles consistencia y justificación.
Sin embargo, para la mayoría no funciona. Cuando el exceso y la desregulación describen la relación con la comida, apelar a la salud aún cuando provenga de indicaciones médico-nutricionales suele tener poco impacto a lo largo del tiempo. Hay otras situaciones, en que sin tener ese exceso, ese mandato se convierte en la puerta de entrada para conductas restrictivas y compensatorias que suelen ser la antesala para las anorexias o las bulimias.
¿Por qué no funciona? Porque en la misma frase encontramos el énfasis que proviene del afuera, “tienes que…”, no viene de la persona, es lo que los otros dicen, viene del médico, de la madre, del entrenador, etc., hasta, en un sentido social, en el discurso y la cultura en que vivimos. Habrán muchos que lo tomen y lo conviertan en voz propia, para otros se puede convertir en una condición torturante y de permanente insatisfacción pues no consiguen cumplirlo y libran así batallas constantes, repitiendo una y otra vez la misma sensación de derrota. Pero, ¿realmente esto es así? La casuística nos ofrece siempre rutas y atisbos para abordar estos terrenos. Mariana, quien había hecho incontables dietas y planes de todo tipo desde niña, no podía imaginar qué sería de su madre si ella aceptaba la proposición de su novio de vivir juntos, separarse de su madre le era insoportable, de la misma forma que lo era bajar de peso y dejar de compartir con su mamá “sus banquetes secretos”.
Es importante despejar, cuando hay una problemática puesta en la alimentación, en el cuerpo y la imagen, qué le significa a cada persona, y conducir hacia una pregunta que los involucre más allá de lo que supone tiene que hacer, encontrar cuál es la función de ese exceso o del otro lado de la vereda, cuál es la función de eso restrictivo o compensatorio. En lugar del “tienes que…”, darle lugar al “qué tiene que ver eso conmigo”
Eso nos lleva a decir, desde la perspectiva psicoanalítica, que en la obesidad o en las anorexias y bulimias, cada caso nos llevará a lo más singular del sujeto, no tienen el mismo sentido, ni llevan al mismo destino. Es el caso por caso, y corresponderá llevarlo hacia la dimensión de una pregunta o enigma, a una invención personal, situación nada sencilla en estas problemáticas que ponen más bien a los actos en primer lugar, el acto de comer en exceso, o dejar de comer, hacer ejercicio, hacer dietas, etc.
En el caso de Mariana, bajar de peso le significaba dejar de gozar de la relación infantil que sostenían ella y su madre, habían vivido siempre juntas y su madre no le dejaba ni a sol ni a sombra, refugiándose en su cuerpo y en su forma de comer, no había advertido que bajar de peso no dependía de la dieta o el plan eficaz, sino a si estaba dispuesta a separarse subjetivamente de la demanda de su madre y de los demás, a dejar de decir “siempre sí”.