Lo que antes conocíamos como autismo, hoy en día es conocido como trastornos del espectro autista (TEA). Esto responde a las modificaciones que se han hecho a los criterios diagnósticos y a la búsqueda de explicaciones respecto al origen de estas patologías a lo largo de la historia, principalmente de la medicina, la psiquiatría y su manual DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disordes), que frente a las formas tan plurales en las que se puede presentar el malestar en la infancia ha ido ampliando sus criterios para poderlos incluir en alguna clasificación. Actualmente, el diagnóstico de TEA incluye muchas afecciones que solían diagnosticarse por separado e incluyen el trastorno autista, el trastorno generalizado del desarrollo no especificado de otra manera (PDD-NOS, por sus siglas en inglés), el síndrome de rett y el síndrome de Asperger. Hoy en día, a todas estas afecciones se las denomina trastornos del espectro autista.
Dentro de las dificultades que se han nombrado desde el discurso científico como parte del TEA se encuentran las siguientes descripciones:
Se define como una discapacidad del desarrollo que puede provocar problemas sociales, comunicacionales y conductuales significativos. Es posible que quienes tienen un TEA se comuniquen, interactúen, se comporten y aprendan de maneras distintas a otras personas. Sus destrezas de aprendizaje, pensamiento y resolución de problemas pueden variar; hay desde personas con muy altos niveles de capacidad (dotadas, o gifted en inglés) y personas que tienen muchas dificultades. Algunas necesitan mucha ayuda en la vida diaria, mientras que otras necesitan menos.
Algunos de los signos comienzan durante la niñez temprana y, por lo general, duran toda la vida.
Desde una perspectiva psicoanalítica de orientación lacaniana, como lo trabaja Silvia E. Tendlarz, es importante resaltar, que el diagnostico nunca puede ser descriptivo o una acumulación de datos. Debe hacerse en el interior de una consulta, bajo trasferencia, de tal forma que sea posible ubicar cual es la posición del sujeto.
El autismo desde esta práctica no es considerado como una enfermedad y al autista tampoco se le considera como un niño anormal. En realidad el niño anormal no existe, si esto equivale a ajustarse a una norma preestablecida. Los sujetos son esencialmente diferentes unos de otros. El psicoanálisis se dirige a la singularidad del sujeto, aproximándose a la posición de cada uno, a aquello que lo vuelve único, a sabiendas que la solución de uno no vale para todos. No puede establecerse un tratamiento estándar, sino qué hay que ver para cada niño cual es su solución de acuerdo a sus posibilidades y de qué manera construye su mundo.
El autismo es un funcionamiento subjetivo singular que permanece a lo largo de la vida sin vaticinar por ello un destino de desconexión faltal del mundo, sin posibilidades de inserción social, amoroso o laboral, tal como dan cuenta de ello los testimonios de sujetos autistas. Las dificultades con la que pueden tropezar los niños autistas no implica que permanezcan en la misma posición a lo largo de toda su vida, Desde esta perspectiva, el tratamiento analítico apunta abrir el mundo de posibilidades de un niño, de modo tal que pueda arreglárselas dentro de su funcionamiento singular.