Sin duda la celebración del día mundial de la salud mental es un momento importante para detenernos y pensar en su importancia en la vida de cada ser humano. No es posible dejar de mencionar que los eventos desencadenados a partir de la aparición del coronavirus en diciembre del 2019 vinieron a exaltar los efectos que la salud mental puede sufrir bajo situaciones particulares, pero también la poca atención que se le brinda en la vida diaria, como individuos y como sociedad.
Según la OMS la salud mental es: un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad.
Esta definición se inserta en una concepción de salud que se refiere no solamente a la ausencia de afectaciones o enfermedades, sino a un estado de bienestar completo. Es decir entonces que la salud mental se concibe como algo más que la ausencia de trastornos o discapacidades mentales.
Partiendo de estos elementos me propongo hacer algunas pequeñas reflexiones para ir más allá de esta idea del bienestar.
La definición de salud de la OMS considera de manera importante no solo la ausencia de enfermedad sino también la idea del bienestar como un elemento para distinguir los estados de salud. En el caso de la salud mental la ausencia de la enfermedad estaría guiada por la discriminación de estados que pudieran ser clasificacdos dentro del DSM-V, lo cual puede ser problemático porque clinicamente limitar nuestro trabajo a la evaluación guiada por este manual, obtura la comprensión de lo que la persona que nos habla está atravesando. Es decir, podemos confundirnos tratando de clasificar en un compendio estadístico aquello que escuchamos de alguien que sufre, sin siquiera darnos cuenta qué es lo que lo hace sufrir.
Lo anterior entonces, nos puede llevar a desestimar el malestar que una persona vive, o por otro lado a encasillarlo, porque lo que nos orienta es la clasificación y no la escucha de aquel que nos habla.
Otro aspecto que resulta muy importante pensar alrededor de la salud mental es el momento en el que nos encontramos y las exigencias que se condensan en su lógica.
Hoy por hoy, en los caudales del mercado que individuos y sociedades navegan, el imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente como lo ha localizado el filósofo Byung-Chul Han.
Se ha depositado en el individuo por si solo, la responsabilidad de una introspección anímica, que cada uno se ocupe de sí mismo, de su malestar, aislándolo del contexto donde se genera. El sufrimiento se ha privatizado, por lo tanto lo que se debe mejorar son los estados anímicos, como cualquier otro desempeño marcado por la lógica del mercado. Este dispositivo de la felicidad aísla a hombres y mujeres, perdiendo todo vestigio de solidaridad, solo deben preocuparse por la felicidad propia, y al final el sufrimiento es equiparado al propio fracaso.
Por ello, como lo apunta Gustavo Dessal, las respuestas generadas en una sociedad como la nuestra tienden a ser terapeúticas, es decir, todo sufrimento, tomado por el discurso científico puede ser tratado mediante alguna terapeutica y/o medicalización.
La salud mental está cruzada entonces, no solo por la procuración de bienestar y equilibrio en la vida de las personas como lo puede nombrar la OMS, si no también por la exigencia de ser feliz que pesa en ese equilibrio. El sufrimiento es visto como algo ajeno a la vida, que debe ser intervenido de algún modo, pero experimentado lo menos posible. Es necesario cuestionar como se localiza esta exigencia en un entorno tan desigual como en el que vivimos.
Con la exposición de los efectos en la salud mental de las contingencias sociales, queda claro que sustraer al individuo como único responsable de su malestar, lo deja en un constante cuestionamiento sobre si mismo, un estrés permanente que no se disipa y lo aleja de la posibilidad de encontrar una salida a lo que le sucede.
Como psicoanalistas escuchamos cada vez más una demanda aterrizada en recetas y consejos que indiquen un qué hacer sobre el malestar, una intervenición que retire el deficit, ajena a la pregunta respecto a ¿porqué se sufre?
Esto está relacionado con la homogeneización de la salud mental bajo una norma, entendiendo esto como que la salud mental es igual para todos. Deja a un lado la subjetividad que impera en cada individuo y lo que puede surgir de ello como diferentes invenciones a una forma de vivir que funcione tanto para él como para la comunidad en la que se desempeña. Muchas veces, como escuchamos en el consultorio, estas construcciones tienen que ver más con la dignidad de esa persona, que con un estado de “bienestar” impuesto.