Sabemos que, en la mayoría de los casos, las pacientes que padecen este tipo de trastornos, se niegan a acudir a tratamientos, rechazando toda intromisión en lo que consideran una solución y no un problema.
Como tratantes nos vemos confrontados con una problemática difícil de abordar con las herramientas usuales con las que se afrontan los casos que presentan síntomas que provocan dolor en los pacientes, lo que los lleva a pedir ayuda y solicitar que se les ayude a abolir de inmediato el o los síntomas que les causan angustia y que les impide sentir bienestar.
Por el contrario los pacientes con trastornos alimentarios, aunque sufren, sienten un placer enorme al constatar que van perdiendo kilos al ayunar, vomitar, laxarse, hacer horas de ejercicio… en fin, a someterse a rituales que varían de caso en caso, pero que van tomando al sujeto hasta volverlo objeto del padecimiento.
El entorno se va achicando poco a poco, el o la paciente va aislándose lentamente y va empequeñeciendo su mundo, amigos, familia, intereses, hasta entregarse de lleno a su amo: el alimento, se despierta pensando ¿Qué comeré? ¿Cómo evitaré que mis padres vean que vomito? ¿A qué hora podré bajar y darme un atracón?
Su mundo se convierte en un contar calorías, en pesarse todos los días, en revisar las etiquetas de los alimentos…
Toda esta incomodidad la soportan con tal de hacerse un cuerpo delgado, que nunca es demasiado delgado, siempre se puede ser más y más delgado. Su vida se transforma en esa obsesión y por supuesto la familia sufre al ver que su hija ha cambiado, no escucha razones, pareciera decir : mi cuerpo es mío y de nadie más y rechazar cualquier indicación que tenga que ver con su forma de comer.
Así es como llegan al consultorio madres desesperadas que no saben qué hacer con sus hijas, que no entienden que pasa por la mente y los pensamientos absurdos que obligan a su hija a cometer semejante tontería que la empuja a no comer, a esconder los alimentos, a vomitar en bolsas de plástico y esconderlas debajo de la cama, a pasar horas en la regadera, en fin a hacer cosas que no tienen sentido, sobre todo para una niña tan inteligente, que saca tan buenas notas en la escuela.
Y pretenden que nosotros los especialistas nos hagamos cargo del problema.
¡Nada tan errado!
Poco podemos hacer si no involucramos a los padres en el tratamiento. Cuando la hija se niega a asistir a terapia, es de vital importancia prescribir la terapia familiar
Cuando una familia está presente en el tratamiento de su hija, este fluye de una manera totalmente diferente que cuando no lo está, porque el alimento constituye una función primordial en una familia.
La comida es el centro de reunión de las familias, las sobremesas de los fines de semana se pueden transformar en diálogos fructíferos y placenteros o en verdaderas batallas campales donde se generan conflictos interminables entre padres e hijos, sobre todo cuando tienen un trastorno alimenticio.
Por eso es muy importante que los padres sepan cómo tratar el problema, deben recibir orientación pertinente y revisar asimismo su relación de pareja, cuando la hay o la relación con los demás hijos, para generar una red de apoyo capaz de contener las angustias provenientes de los hijos y las que brotan de la pareja de padres.
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Hola